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El día en que Darío Drajner fue al lavadero donde trabajaba y no volvió, Susana, su mujer, se preocupó un poco, pero no tanto. «Recuerdo en ese momento no poder creer que mis tíos eran parte de esos primeros 100 muertos. En un país de 44 millones de personas, y con sólo 800 casos, mis tíos estaban muertos», dice a Télam Sebastián, el sobrino de ambos.
Darío solía ir al local, en Riobamba y Lavalle, para trabajar, aunque también lo usaba un poco como excusa para caminar unas cuadras y tomar aire. Era un hombre de espíritu rebelde, un tanto anarquista, a quien le costaba aceptar el encierro y el aislamiento.
Darío Drajner era el segundo de seis hermanos; cuatro de ellos viven en Capital Federal, uno vive en el sur y el último en Israel. La familia tiene además una sobrina en Barcelona, por lo que las noticias sobre el coronavirus llegó de manera anticipada y nunca subestimaron el impacto del virus.
Darío era hincha de Boca y su sobrino, Sebastián Drajner, es gallina. «Tenía que tener algún defecto. Era una persona inquieta, muy familiera, de espíritu festivo, divertido. Lo bostero es un detalle», cuenta ahora, un poco en chiste y un poco en serio.
Cuando busca fotos de su tío lo encuentra disfrazado de gitano en una fiesta, en cuero en una noche de Año Nuevo calurosa o divirtiéndose amorosamente con Susana.
Sebastián define el momento en que recibió el mensaje de su mamá como el inicio de la película de terror, el instante en que todo cambiaría. 25 de marzo de 2020: Marta, la hija menor del matrimonio, había decidido ir al lavadero tras dos días de no saber nada de su papá. Cuando se asomó por el vidrio, lo encontró semidesvanecido dentro del lavadero. Ella tiene 32 años, y desde entonces estuvo en shock durante 20 días, sin poder hablar.
Una ambulancia trasladó a Darío al Sanatorio Los Arcos. A Marta no la dejaron subir. De ahí en adelante comenzó una secuencia que nadie en la familia podía imaginar: no tenían permiso para visitarlo. «De repente mi tío estaba en terapia intensiva y no podíamos comunicarnos ni por teléfono. Las noticias llegaban por Whatsapp, a través de partes médicos muy breves. Los profesionales les indicaron a Susana y a mis primas que se controlaran los síntomas todos los días», explica Sebastián.
La familia se unió en un grupo de Whatsapp que se llamó «Darío te queremos»; este espacio funcionó como refugio ante el dolor, pero también fue el medio donde se intercambiaron anécdotas en las que el protagonista número uno era Darío.
Al séptimo día de internación le pusieron un respirador. Ese mismo día, Susana comenzó a tener fiebre y fue caminando al Sanatorio Agote, donde quedó internada. El 6 de abril y tras 11 días de internación, Darío falleció y la familia fue notificada por Whatsapp.
Ninguno sabe bien en qué circunstancias, y por qué sin su consentimiento, una enfermera le contó a Susana que su marido había fallecido.
En apenas cuatro días sus pulmones se llenaron de agua y su cuerpo fue invadido por una neumonía galopante; empeoró mucho en poco tiempo, pasó a terapia intensiva, tuvo fallas en algunos órganos, necesitó oxígeno. Nada alcanzó. Susana Barredo falleció el sábado 25 de abril de 2020 producto del coronavirus al igual que Darío.
«Cuando lo cuento parece un chiste de mal gusto, pero no lo es. Recuerdo en ese momento no poder creer que mis tíos eran parte de esos primeros 100 muertos. En un país de 44 millones de personas, y con sólo 800 casos, mis tíos estaban muertos». Todavía hay incredulidad en la voz de Sebastián. Ese recuerdo se mezcla en el relato con otro de un asado, con toda la familia reunida en Villa Urquiza, en febrero de este mismo año. La mamá de Sebastián y hermana de Darío hace terapia dos veces por semana. Todos los días comparte recuerdos de su infancia junto a su hermano en el grupo, que hoy se llama «Darío y Susy, los queremos». La palabra coronavirus es tabú; prefieren hablar de que «se fueron».
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