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El Gobierno de Trump impuso varias series de sanciones a funcionarios y empresas chinas.
Desde su asunción, el presidente republicano eligió a la potencia asiática como rival y en su primer año en la Casa Blanca inició una guerra arancelaria que durante más de 18 meses tuvo en vilo a todo el mundo y golpeó con fuerza al comercio internacional.
Además, encabezó una campaña global para limitar el ingreso de la empresa china Huawei y su tecnología de 5G en las economías de sus aliados, principalmente Europa, por considerar que se trataba de un riesgo para su seguridad nacional.
Esta pulseada de poder -que de manera más diplomática sin dudas continuará Biden- se prolongará en los próximos años en el resto del mundo, incluida América Latina.
Este año, en plena campaña y números de la pandemia y la economía cada vez más preocupantes, el Gobierno de Trump profundizó la confrontación con China.
La acusó, primero, de haber construido el virus de Covid-19 y, luego, de haber manipulado la información y hasta la gestión de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una falta de transparencia que, según el republicano, permitió la transmisión de la enfermedad en todo el mundo.
Denuncias de opositores chinos validaron las acusaciones de manipulación de la información en los inicios de la pandemia; sin embargo, ningún otro Estado escaló la confrontación con China y la OMS, incluso anunciando la salida de la institución multilateral en plena crisis sanitaria global.
En paralelo, el Gobierno de Trump impuso varias series de sanciones a funcionarios y empresas chinas por violaciones a los derechos humanos contra la minoría musulmana uigur en la provincia de Xinjiang, presuntos hackeos comerciales y de seguridad, y la represión en Hong Kong.
Además, detuvo a ciudadanos chinos en Estados Unidos por sospecha de espionaje, rechazó explícitamente por primera vez todos los reclamos territoriales de China sobre el disputado Mar de la China Meridional -por donde pasa el 30% del comercio internacional- y hasta inició una escalada diplomática que terminó con consulados de ambos países cerrados.
Tras cada medida, China prometió represalias y las fue anunciando con un discurso duro, pero menos belicoso que el de Washington, que siempre pareció ser el más interesado de los dos en seguir alimentando esta escalada.
A mediados de año, cuando la campaña presidencial propiamente dicha recién estaba por comenzar en Estados Unidos, el secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, llegó a decir en un discurso público que «las naciones libres del mundo» debían «inducir un cambio en el comportamiento del Partido Comunista de China de maneras más creativas y asertivas».
«Las acciones de Beijing amenazan a nuestro pueblo y nuestra prosperidad», argumentó el secretario de Estado.
Biden mantuvo un discurso nacionalista en sus promesas de recuperación económica, pero al mismo tiempo criticó la confrontación y la escalada con China por lastimar a exportadores agrícolas en Estados Unidos y quedar aislados en foros internacionales.
Nadie sabe con certeza si el presidente electo revertirá los aranceles impuestos en los últimos años, las sanciones políticas o las medidas que afectaron a empresas chinas en Estados Unidos. Pero sí prometió volver a cooperar en temas multilaterales como el combate al cambio climático y reducir la tensión bilateral.
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